Un relato intimista sobre un pueblo costero del Pacífico colombiano que gusta en los grandes festivales del mundo
Hace un par de días tuve la oportunidad de ver El Vuelco Del Cangrejo en el BAFICI (Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, Argentina). Teatro lleno para apreciar la ópera prima del caleño Oscar Ruiz Navia que recorrió con éxito festivales como Berlín, Toronto, La Habana y Cartagena de Indias.
La película es básicamente una metáfora que nos narra el momento en que el “progreso” llega a una comunidad aislada y los problemas que esto representa para su gente. En este caso Daniel, un joven blanco del interior del país que en su huída (nunca sabemos hacia dónde) llega a un olvidado pueblo de la costa Pacífica colombiana llamado La Barra, habitado por afro descendientes, en donde un colono recién llegado apodado “El Paisa” está construyendo un hotel, queriendo adueñarse de la playa, con la oposición directa del líder del pueblo “Cerebro” .Daniel se encuentra en medio de esta disputa por la escasa comida existente en la región, además de la lucha por la tranquilidad perturbada por el negocio de "El Paisa" que está obstinado en poner música a todo volumen, y molestar a las mujeres del pueblo.
La atmósfera de la película es densa y su transcurrir bastante lento. El color de las imagenes es gris, un gris que nos muestra la desolación y la tristeza de ese lugar escondido entre la selva y el mar, donde conviven la pobreza y la falta de oportunidades, pero se le canta a la esperanza de un pueblo que se resiste a perder sus valores. El trabajo con actores naturales es de una calidad asombrosa y le aporta muchísima credibilidad a esta película que por momentos parece más un documental que una ficción. La decisión del director por respetar la jerga característica de los lugareños, si bien por momentos dificulta el entendimiento de lo que se está diciendo, le aporta realismo a las situaciones, y le da un dinamismo interno a las escenas que no tiene la edición.
Al final de la exhibición en el BAFICI, y luego de los sonados aplausos, se pudo compartir un poco con el joven director, en dónde contó que rodó la película en tiempo record con una sola cámara, sin luces, y un equipo de tan solo 10 personas, llamando a este sistema como “cine periférico, alejado de la industria televisiva de la capital”.
Es evidente que este no es el tipo de cine de las grandes masas ni en Colombia ni en el mundo, ese cine contemplativo, de autor, que apenas está naciendo en nuestro país de la mano de cintas como ésta o “La Sombra del Caminante” y “Los Viajes del Viento” de Ciro Guerra, pero su tránsito por los más reconocidos festivales del mundo hizo al filme atractivo para los distribuidores comerciales. Gracias a ello ya lleva un mes en la cartelera colombiana, y sin ser un éxito taquillero, ha despertado los mejores comentarios del público y la crítica.
La película es básicamente una metáfora que nos narra el momento en que el “progreso” llega a una comunidad aislada y los problemas que esto representa para su gente. En este caso Daniel, un joven blanco del interior del país que en su huída (nunca sabemos hacia dónde) llega a un olvidado pueblo de la costa Pacífica colombiana llamado La Barra, habitado por afro descendientes, en donde un colono recién llegado apodado “El Paisa” está construyendo un hotel, queriendo adueñarse de la playa, con la oposición directa del líder del pueblo “Cerebro” .Daniel se encuentra en medio de esta disputa por la escasa comida existente en la región, además de la lucha por la tranquilidad perturbada por el negocio de "El Paisa" que está obstinado en poner música a todo volumen, y molestar a las mujeres del pueblo.
La atmósfera de la película es densa y su transcurrir bastante lento. El color de las imagenes es gris, un gris que nos muestra la desolación y la tristeza de ese lugar escondido entre la selva y el mar, donde conviven la pobreza y la falta de oportunidades, pero se le canta a la esperanza de un pueblo que se resiste a perder sus valores. El trabajo con actores naturales es de una calidad asombrosa y le aporta muchísima credibilidad a esta película que por momentos parece más un documental que una ficción. La decisión del director por respetar la jerga característica de los lugareños, si bien por momentos dificulta el entendimiento de lo que se está diciendo, le aporta realismo a las situaciones, y le da un dinamismo interno a las escenas que no tiene la edición.
Al final de la exhibición en el BAFICI, y luego de los sonados aplausos, se pudo compartir un poco con el joven director, en dónde contó que rodó la película en tiempo record con una sola cámara, sin luces, y un equipo de tan solo 10 personas, llamando a este sistema como “cine periférico, alejado de la industria televisiva de la capital”.
Es evidente que este no es el tipo de cine de las grandes masas ni en Colombia ni en el mundo, ese cine contemplativo, de autor, que apenas está naciendo en nuestro país de la mano de cintas como ésta o “La Sombra del Caminante” y “Los Viajes del Viento” de Ciro Guerra, pero su tránsito por los más reconocidos festivales del mundo hizo al filme atractivo para los distribuidores comerciales. Gracias a ello ya lleva un mes en la cartelera colombiana, y sin ser un éxito taquillero, ha despertado los mejores comentarios del público y la crítica.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario